miércoles, 24 de enero de 2018

Perfil Doctrinal: ¿En que creemos?

"Estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros." 1 Ped. 3: 15



"Confesamos poseer y predicar la fe que nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo entregó desde el principio a los santos Apóstoles y que éstos predicaron en el mundo entero. La fe que confesaron, expusieron y transmitieron a las Iglesias los santos Padres, a quienes seguimos en todo".
De las Actas del II Concilio de Constantinopla (553)


En las Sagradas Escrituras, vemos como nuestro Señor y Salvador Jesucristo, fundó una sola Iglesia (Mt. 16: 18-19), y de acuerdo al Credo Niceno, ésta es: Una, Santa, Católica y Apostólica. Ésta Iglesia Una y única, subsiste y se hace presente en el mundo por medio de distintas ramas -Iglesias- que aunque independientes entre sí, mantienen en lo esencial una misma Fe y Orden. Y vienen a ser como las ramas de un mismo árbol, unidas a un mismo tronco común; Cristo Jesús, por quien son santificadas. (Jn. 15: 1-6, 1Cor. 12: 12-27, Rom. 11: 16, 1Cor. 1:9). Reconocemos a la Iglesia de Roma como una Iglesia católica, pero no como la única expresión de la Iglesia Universal; toda vez que habemos otras Iglesias totalmente independientes de ella y que en lo esencial profesamos la misma fe, los mismos Sacramentos y hemos conservado íntegra la Sucesión Apostólica, y al ser parte del Cuerpo Místico de Cristo por el mismo Bautismo, es que nos llamamos y somos verdaderos Cristianos Católicos.

   La Iglesia de Inglaterra, remonta su historia a los primeros siglos del cristianismo, las evidencias arqueológicas, demuestran una fe cristiana muy temprana, llevada a las Islas británicas por cristianos llevados allá durante las persecuciones del imperio romano y por comerciantes que viajaban por todas partes llevando sus productos y también su fe, además de soldados romanos bautizados en la fe cristiana.

   La primera información confiable sobre la introducción del Cristianismo en Bretaña viene de Tertuliano, quien en el siglo III escribió que el Cristianismo había penetrado en regiones de Bretaña inaccesibles a los romanos (Adv. Jud. VI), y esto lo demuestra también el culto a San Albán, Primer Mártir de Inglaterra en el 304 d.C. como lo atestigua San Beda el venerable en su História Eclesiástica Libro I Caps. VII, VIII. Antiguas tradiciones populares dicen que San José de Arimatea llevó el Evangelio a Inglaterra y se estableció en lo que hoy es Glastonbury. La Iglesia de Inglaterra existió de manera autónoma e independiente del resto de Europa, al igual que otras Iglesias nacionales de la época (España con el rito Hispano-Visigodo, después llamado: Mozárabe, Portugal con su rito de Braga, Francia con el rito Galicano etc). Registros históricos señalan la activa presencia de tres obispos británicos en el Concilio de Árles, Francia en el año 314 d.C. sus nombres: Eborio de York, Restituto de Londres y Adelfio de Caerlon-on-Usk, además de un Presbítero y un Diácono que les asistían durante el Concilio, lo que demuestra la existencia de una floreciente Iglesia nacional debidamente organizada y jerárquica; de hecho la diócesis de Londres, se estableció en el año 180 d.C. por ministerio de los santos FAGAN y DERUVIAN, Obispos misioneros y  PRIMERÍSIMOS APOSTÓLES Y EVANGELIZADORES DE INGLATERRA, los cuales fueron enviados allá por el Papa Eleuterio (174-189) en respuesta a una petición del rey Lucio de Bretaña.

   La Iglesia Romana, llegó a Inglaterra hasta el siglo VI, en la persona de San Agustín; Primer Arzobispo de Canterbury, y durante más de un siglo, la Iglesia de Roma y la Iglesia de Inglaterra trabajaron unidas, hasta el siglo VII, en el que la Iglesia Romana absorbe a la Anglicana, y no fue sino hasta el siglo XVI que recuperó su independencia, y desde entonces ha continuado como una rama viva y legítima de la santa Iglesia católica de Cristo. (Ef. 4:3-6, 1Jn. 1:3, Rom. 16: 16).


   Por razones de doctrina, disciplina y culto, somos independientes (Ap. 18: 4) de la Comunión Anglicana Mundial (Canterbury). 
Somos Cristianos Católicos Anglicanos y lo seremos con la ayuda de Dios hasta el fin. Reconocemos el Primado de Honor de la Sede Histórica de San Agustín de Canterbury, en Inglaterra, pero debido al camino liberal y modernista que ha seguido, nos vemos en la necesidad de apartarnos por ahora, no sin tristeza y desazón, con el fin de guardar la Fe y Orden de la Iglesia Indivisa. Al separarnos de la Comunión Anglicana, no rompimos con la Iglesia de Cristo, sino que hemos abandonado las nuevas doctrinas y costumbres contrarias a las Sagradas Escrituras y a la Tradición Apostólica. No podemos cambiar la historia, pero si rechazar todos aquellos abusos e inmoralidades que se han producido o introducido al interior de aquella. Rogamos a Dios para que la Sede de Canterbury sea restaurada a la Fe y Orden Apostólicos; y vuelva a ser, como en el pasado, Signo e Instrumento de Comunión Eclesial para sus hijos dispersos en el mundo.

   Guardamos un afecto muy especial por la Sede de San Agustín de Canterbury como Iglesia Madre, pues nuestras órdenes se derivan de ella; ya que en México, somos la única Iglesia Anglicana Continuante en su sentido más estricto, es decir, una Iglesia cuyos orígenes se derivan de una Iglesia miembro de la Comunión Anglicana. Nuestro Obispo fue ordenado Presbítero en 1997 por el Obispo D. Germán Martínez Márquez, de la Diócesis del Norte de México, una Diócesis de la Provincia Anglicana de México.

   La fe cristiana y católica, tal como la ha recibido, aceptado y practicado esta Iglesia, es aquélla que se encuentra en las Sagradas Escrituras, expresada en los Credos Católicos (el Credo Niceno, de los Apóstoles y de san Atanasio), y declarada por los Siete Primeros Concilios Ecuménicos de la Iglesia Indivisa. Esto quiere decir, que hemos conservado íntegra la fe católica y apostólica de siempre (tradicional), esto es: La Biblia con sus 73 Libros, los Credos Católicos, los Siete Sacramentos y el Sacerdocio histórico y tradicional, en sucesión directa, continua e ininterrumpida desde los Apóstoles y por ellos a Cristo mismo.

   Nuestra Iglesia es litúrgica, hemos conservado toda la riqueza del culto cristiano y católico: Altares, Ceremonias, ornamentos litúrgicos, devociones, vestiduras sacerdotales, imágenes religiosas etc. y todo esto lo reconoce el Concilio Vaticano II en el decreto Unitatis Redintegratio Capítulo III # 13, cuyo tenor es el siguiente: "Nos fijamos en las dos principales clases de escisiones que afectan a la túnica inconsútil de Cristo. Las primeras ocurrieron en Oriente, por la negación de las fórmulas dogmáticas de los Concilios de Éfeso y Calcedonia, y posteriormente por la ruptura de la comunión eclesiástica entre los Patriarcados orientales y la Sede Romana. En Occidente acaecieron las otras, después de más de cuatro siglos, a causa de los sucesos comúnmente conocidos con el nombre de Reforma. A partir de entonces muchas Comuniones, ya nacionales, ya confesionales, quedaron separadas de la Sede Romana. ENTRE LAS CUALES MERECE MENCIÓN ESPECIAL LA COMUNIÓN ANGLICANA, PORQUE EN ELLA PERDURAN TODAVÍA  LAS ESTRUCTURAS Y TRADICIONES CATÓLICAS". [DOCUMENTOS DEL VATICANO II, Biblioteca de Autores Cristianos, 6a edición, 1969, Editorial Católica, S. A., Madrid]  

   Nuestra liturgia se encuentra en el Libro de Oración Común, el cual contiene el Orden para la celebración de la Santa Eucaristía (Misa), la Administración de los Sacramentos y otros Ritos y Ceremonias de la Iglesia. Como Iglesia mexicana, tenemos nuestro propio Libro de Oración Común, adaptado a nuestra disciplina y tradición, el Libro de Oración Común es un signo fuerte de comunión e identidad en las iglesias de tradición anglicana alrededor del mundo.

   Consta en las Sagradas Escrituras que Cristo instituyó Siete Sacramentos, y los confió a su Iglesia con el fin de que fueran rectamente administrados a su Pueblo santo, la Iglesia no es la dueña de los Sacramentos, sino su fiel Administradora y Custodia de los mismos hasta la Segunda Venida de su Señor. (Lc. 12: 42-43)

   Los Sacramentos están divididos en Mayores: el Bautismo y la Eucaristía, por ser necesarios para la salvación por mandato del mismo Señor (Mc. 16: 16, Jn. 6: 53-56); y en Menores: Confirmación, Penitencia, Unción de los enfermos, Orden Sacerdotal y Matrimonio, se les llama así porque no se administran por igual a todas las personas, sin embargo son necesarios para fortalecer nuestra vida en Cristo.

   Bautismo, Confirmación y Orden Sacerdotal se administran una sola vez en la vida y no deben repetirse, a menos que haya alguna duda razonable, porque imprimen en nuestra alma una marca espiritual e indeleble de nuestra pertencia a Cristo, llamada Carácter.

   De entre los Sacramentos, la Santísima Eucaristía ocupa el lugar central de la vida y obra de la Iglesia, pues en ella Cristo nos asocia a su Sacrificio en la cruz ofrecido al Padre celestial. Todos los Sacramentos y sacramentales están encaminados a ella.

   La Eucaristía, es el Sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo, en el cual, bajo las apariencias de pan y vino consagrados, Jesucristo se halla VERDADERA, REAL Y SUBSTANCIALMENTE PRESENTE, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Esta Presencia Real de Cristo en la Eucaristía, se da por obra y gracia del Espíritu Santo (epíclesis), inmediatamente después de pronunciadas por el Sacerdote las Palabras de la Institución en la Plegaria Eucarística al momento de la Consagración de las Sagradas Especies en la Santa Misa.

   La Presencia de Cristo en la Hostia consagrada que recibimos en la comunión, sucede de una manera celestial, que no podemos entender y mucho menos definir, pero por la fe, sabemos que es VERDAD. (Mc. 14: 22-24, 1Cor. 11: 23-32). La Eucaristía es prenda de vida eterna, perdona nuestros pecados, nos une al sacrificio de la cruz y propicia la unidad del Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia. La Eucaristía es el MEMORIAL (anámnesis) es decir, la continua renovación incruenta, por ministerio de los sacerdotes, de aquél único Sacrificio de Cristo en la cruz; es decir, cada vez que celebramos la Eucaristía, se hace presente y se renueva la gracia de la salvación que Cristo nos dio en el Calvario. Comulgar es recibir a Dios mismo que se ofrece por nosotros, nuestra Iglesia, en obediencia al mandato de Jesús, siempre administra a sus fieles la Sagrada Comunión bajo las dos especies: Cuerpo y Sangre de Cristo; Pan de Vida y Cáliz de Salvación. Debemos de recibir la comunión con toda la frecuencia posible, de manera especial el Domingo, Día del Señor, para comulgar, debemos de estar en gracia, en caridad y amor con nuestro prójimo, tener reverencia, fe y tener el firme propósito de ser mejores cada día. Antes de comulgar debemos de examinar nuestra conciencia.
(1Cor. 11. 28)


   Nadie debe comulgar sin haberse confesado. En esta Iglesia la confesión es obligatoria, pero la manera de hacerlo es opcional: Dentro de la Santa Misa, recitando con fe, sinceridad y arrepentimiento la oración de confesión de pecado que se encuentra en la liturgia de la Eucaristía, al final de la cual, recibimos la absolución del sacerdote, la cual tiene el mismo valor que la recibida de manera privada en el confesionario. Otra manera es de manera privada, ante un sacerdote u obispo, principalmente cuando hayamos cometido pecado mortal, en la confesión el sacerdote nos dará consuelo, consejo y la gracia de la absolución. Todo sacerdote que oye confesiones, está obligado a guardar el SIGILO SACRAMENTAL, es decir, un SECRETO ABSOLUTO sobre los pecados confesados.

   Los católicos anglicanos, también sentimos un gran amor y devoción hacia la Bienaventurada Virgen María; ya que ella fue escogida por el Padre celestial para colaborar en su Plan de salvación trazado desde antiguo (Gn. 3: 15), en el Misterio de la Encarnación y Nacimiento entre nosotros de Jesucristo, Dios y Hombre. Por eso la llamamos: Llena de Gracia, Bendita entre las mujeres, Bienaventurada por todas las generaciones (Lc. 1: 26-56). Ella es la Madre de Dios Hijo, la Segunda Persona de la Trinidad (Jn. 1: 1), pero también es nuestra Madre tierna y amorosa, Jesús nos la dio como tal antes de morir en la cruz, en la persona del Apóstol san Juan (Jn. 19: 26-27).
​Para esta Iglesia, ella además es:

-Siempre Virgen, antes, durante y después del Parto (Is. 7: 14)
-Inmaculada en su Concepción (Lc. 1: 28)
-Asunta al cielo en cuerpo y alma (Sal. 45: 10, Ap. 12: 1, Sal. 16: 10, Lc. 2: 46- 49)
-
Intercesora y mediadora de gracias ante su Divino Hijo Jesucristo (Jn. 2: 1-12, Sal. 45: 12, 1 Reyes 2: 13-20),
 esto sin quitar nada de la única Mediación de Cristo ante el Padre celestial (1Tim. 2: 5). Creemos esto acerca de la bendita Virgen María, no porque alguien lo haya mandado creer, sino por que todo esto está contenido en las Sagradas Escrituras, en la Enseñanza de los Padres y en la Tradición. Para Dios, nada es imposible (Lc. 2: 37).
En el Año Litúrgico, tenemos varios días en que veneramos (hiperdulía) a la Santísima Virgen María, además del rezo del Santo Rosario, del Ángelus, del Regina Caeli (en Pascua), y de otras devociones.


   También sentimos devoción y reverencia por los Santos, que han sido vasos escogidos por Dios para dar al mundo testimonio de su Amor, Poder y Gracia. La intercesión de los Santos, está siempre sujeta a la Soberana voluntad de Dios -lo que Dios no quiere, no hay santo que lo logre- como lo explica San Cipriano de Cartago en su obra: De lapsis # 19. La Iglesia, primordialmente nos presenta a los Santos como SUJETOS DE IMITACIÓN, es decir, debemos conocer sus vidas, para imitar sus virtudes y así en el último día compartir con ellos la gloria de Cristo en el cielo. En los Santos debemos ver lo que hace el Poder de Dios en la fragilidad humana (Hech. 9: 1-31). Hay días especiales en que veneramos (dulía) la memoria de los Santos.

   La Iglesia con la fe puesta en la resurrección, encomienda a los fieles difuntos a la misericordia de Dios, y ofrece por ellos oraciones, sacrificios, limosnas a los pobres, y de manera especial celebra y aplica en su sufragio la Santa Misa, para que alcancen de Cristo, Justo Juez (Jn. 5: 22-23), el perdón, la paz y el descanso eterno, y que en el último día, en el Juicio Final, sean contados entre los elegidos de Dios.
(2Mac. 12: 38-45, Mt. 12: 32). 


   Nuestra Iglesia es jerárquica: los Obispos, Presbíteros (sacerdotes) y Diáconos, constituyen el Orden Sacerdotal, pues ejercen en nombre de Cristo y por la gracia del Espíritu Santo, la especial misión de regir, enseñar y santificar al Pueblo de Dios a ellos encomendado.

   En nuestro Rito, hombres casados pueden ser ordenados como sacerdotes, ya que no hay una ley divina que prohiba esto (Gn. 2: 18, 1Tim. 3: 1-13, Tit. 1: 5-9); tal y como lo demuestra la práctica común de la Iglesia Primitiva, la siempre continua tradición de las Iglesias Ortodoxas de ordenar a hombres casados, y la praxis de la misma Iglesia Romana, al recibir y ordenar como sacerdotes y diáconos a clérigos casados provenientes de iglesias anglicanas, luteranas y veterocatólicas que se incorporan a ella (la Provisión Pastoral de S.S. Juan Pablo II y la Anglicanorum Coetibus de S.S. Benedicto XVI). Reconocemos el valor del celibato, pero NO como una imposición obligatoria o condición para la ordenación; sino como una vocación especial de entrega libre, voluntaria y generosa a Cristo y su Iglesia (Mt. 19: 11-12).

   Nuestra Iglesia NO practica la ordenación femenina en ningún grado del Sacramento del Orden, por considerar que es en todo contraria a las enseñanzas de las Sagradas Escrituras y a la Tradición de la Iglesia de Dios, pues destruye por completo la esencia del Sacerdocio y de la Eucaristía (Ex. 18: 21, Mt. 10: 1-4, Mc. 3: 13, Tit. 1: 6, Heb. 13: 17). Creemos que las mujeres son también llamadas por Dios nuestro Señor a trabajar para que su Reino de Verdad, Amor, Paz , Justicia y Perdón sea establecido en toda la tierra, pero no en el sacerdocio, sino sirviendo en un apostolado específico a sus hermanos y por ellos a Cristo y su Iglesia; a imagen de las mujeres piadosas que acompañaban a Jesús en su ministerio y le servían.
(Lc. 8: 1-3).


En resumen: ¿Qué creemos los anglicanos? "No tenemos ninguna doctrina propia, sólo tenemos la doctrina católica de la Santa Iglesia Católica de Cristo, tal y como se encuentra en los Credos católicos; y a estos Credos nos aferramos sin adiciones ni disminuciones. Nos mantenemos firmes sobre esa Roca" (Palabras de Su Gracia Geoffrey Fisher 99° Arzobispo de Canterbury).

Los Símbolos de la Fe:

El Credo Niceno-Constantinopolitano
Como la declaración suficiente de nuestra fe cristiana:

Creemos en un solo Dios,
Padre todopoderoso,
Creador de cielo y tierra,
de todo lo visible e invisible.

Creemos en un solo Señor, Jesucristo,
Hijo único de Dios,
nacido del Padre antes de todos los siglos:
Dios de Dios, Luz de Luz,
Dios verdadero de Dios verdadero,
engendrado, no creado,
de la misma naturaleza que el Padre,
por quien todo fue hecho;
que por nosotros
y por nuestra salvación
bajó del cielo:
por obra del Espíritu Santo
se encarnó de María, la Virgen,
y se hizo hombre.
Por nuestra causa fue crucificado
en tiempos de Poncio Pilato:
padeció y fue sepultado.
Resucitó al tercer día, según las Escrituras,
subió al cielo
y está sentado a la derecha del Padre.
De nuevo vendrá con gloria
para juzgar a vivos y muertos,
y su reino no tendrá fin.

Creemos en el Espíritu Santo,
Señor y dador de vida,
que procede del Padre, *
que con el Padre y el Hijo
recibe una misma adoración y gloria,
y que habló por los profetas.
Creemos en la Iglesia,
que es una, santa, católica y apostólica.
Reconocemos un solo Bautismo
para el perdón de los pecados.
Esperamos la resurrección de los muertos
y la vida del mundo futuro. Amén.


*Omitimos la clausula del filioque [y del Hijo] debido a que no aparece en el Credo original redactado en el Concilio de Constantinopla (381 d. C) sino que fue añadida después, en el III  Concilio de Toledo en el 589, el cual sólo tuvo carácter local y no ecuménico.
No fue si no hasta el año 1014 que se usó por primera vez en la Iglesia Romana, con motivo de la coronacion del emperador Enrique II. De hecho, en la Iglesia Romana hay dos maneras totalmente válidas de rezar el Credo: Una, con la clausula Filioque para los Católicos de rito latino y otra sin la clausula del Filioque para las Iglesias Católicas de rito Oriental.

El Credo de los Apóstoles, 
Como nuestro Símbolo Bautismal:

Creo en Dios Padre todopoderoso,
creador del cielo y de la tierra.

Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor.
Fue concebido por obra y gracia
del Espíritu Santo
y nació de la Virgen María.
Padeció bajo el poder de Poncio Pilato.
Fue crucificado, muerto y sepultado.
Descendió a los infiernos.
Al tercer día resucitó de entre los muertos.
Subió a los cielos,
y está sentado a la diestra de Dios Padre.
Desde allí ha de venir a Juzgar a
vivos y muertos.

Creo en el Espíritu Santo,
la santa Iglesia católica,
la comunión de los santos,
el perdón de los pecados,
la resurrección de los muertos,
y la vida eterna. Amén.
El Credo de San Atanasio, 
Como la correcta expresión de nuestra fe católica de acuerdo a la Iglesia primitiva:

Todo el que quiera salvarse, debe ante todo mantener la Fe Católica.
El que no guardare esa Fe íntegra y pura, sin duda perecerá eternamente.

Y la fe Católica es ésta: que adoramos un solo Dios en Trinidad, y Trinidad en Unidad,
sin confundir las Personas, ni dividir la Substancia;
Porque es una la Persona del Padre, otra la del Hijo y otra la del Espíritu Santo;
Mas la Divinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo es toda una, igual la Gloria,
coeterna la Majestad.

Así como es el Padre, así es el Hijo, así el Espíritu Santo
Increado es el Padre, increado el Hijo, increado el Espíritu Santo.
Incomprensible es el Padre, incomprensible el Hijo, incomprensible el Espíritu santo.
Eterno es el Padre, eterno el Hijo, eterno el Espíritu Santo.
Y, sin embargo, no son tres eternos, sino un solo eterno;
Como también no son tres incomprensibles, ni tres increados, sino un
solo increado y un solo incomprensible.

Asimismo, omnipotente es el Padre, omnipotente el Hijo, omnipotente el Espíritu Santo.
Y, sin embargo, no son tres omnipotentes, sino un solo omnipotente.
Asimismo, el Padre es Dios, el Hijo es Dios, el Espíritu Santo es Dios.
Y, sin embargo, no son tres Dioses, sino un solo Dios.
Así también, Señor es el Padre, Señor el Hijo, Señor el Espíritu Santo.
Y, sin embargo, no son tres Señores, sino un solo Señor;
Porque así como la verdad cristiana nos obliga a reconocer que cada una de las Personas
de por sí es Dios y Señor,
así la Religión Católica nos prohibe decir que hay tres Dioses o tres Señores.

El Padre por nadie es hecho, ni creado, ni engendrado.
El Hijo es sólo del Padre, no hecho, ni creado, sino engendrado.
El Espíritu Santo es sólo del Padre, no hecho, ni creado, ni engendrado, sino procedente.
hay, pues, un Padre, no tres Padres; un Hijo, no tres Hijos; un Espíritu Santo, no tres Espíritus Santos.
Y en esta Trinidad nadie es primero ni postrero, nadie mayor ni menor;
Sino que todas las Tres Personas son coeternas juntamente y coiguales.
De manera que en todo, como queda dicho, se ha de adorar la Unidad en Trinidad, y la
Trinidad en Unidad.

Por tanto, el que quiera salvarse debe pensar así de la Trinidad.

Además, es necesario para la salvación eterna que también crea correctamente en la
Encarnación de nuestro Señor Jesucristo.
Porque la Fe verdadera, que creemos y confesamos, es que nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios,
es Dios y Hombre;
Dios, de la Substancia del Padre, engendrado antes de todos los siglos; y Hombre, de la
Substancia de su Madre, nacido en el mundo;
Perfecto Dios y perfecto Hombre, subsistente de alma racional y de carne humana;
Igual al Padre según su Divinidad, inferior al Padre según su Humanidad.

Quien, aunque sea Dios y Hombre, sin embargo no es dos, sino un solo Cristo;
Uno, no por conversión de la Divinidad en carne, sino por la asunción de la Humanidad en Dios;
Uno totalmente, no por confusión de Substancia, sino por unidad de Persona.
Pues como el alma racional y la carne es un solo hombre, así Dios y Hombre es un solo Cristo;
el que padeció por nuestra salvación, descendió a los infiernos, resicitó al tercer día de entre los muertos.
Subió a los cielos, está sentado a la diestra del Padre, Dios todopoderoso, de donde ha de venir
a juzgar a vivos y muertos.

A cuya venida todos los hombres resucitarán con sus cuerpos y darán cuenta de sus propias obras.
Y los que hubieren obrado bien irán a la vida eterna; y los que hubieren obrado mal, al fuego eterno.

Esta es la Fe Católica, y quien no la crea fielmente no puede salvarse.
Definición de la Unión de las Naturalezas Divina y Humana en la Persona de Cristo
Concilio de Calcedonia, 451 A.D., Acta V

Por tanto, siguiendo a los santos padres, todos nosotros, de común acuerdo, enseñamos a los hombres que confiesen al mismo y único Hijo, nuestro Señor Jesucristo, a la vez perfecto en Divinidad y perfecto en humanidad, verdadero Dios y verdadero hombre, consistente también de alma racional y cuerpo, de la misma substancia (homoousios) con el Padre en cuanto a su Divinidad y, a la vez, de la misma substancia con nosotros en cuanto a su humanidad; semejante a nosotros en todo respecto, excepto en el pecado; en cuanto a su Divinidad, engendrado del Padre antes de todos los siglos; sin embargo, en cuanto a su humanidad, nacido, por nosotros los hombres y para nuestra salvación, de María la Virgen, Madre de Dios(Theotokos); uno y el mismo Cristo, Hijo, Señor, Unigénito, reconocido en dos naturalezas, inconfundibles, inmutables, indivisibles, inseparables; sin ser anulada de ninguna manera la distinción de las naturalezas por la unión, más bien siendo conservadas y concurrentes las características de cada naturaleza para formar una solo persona y subsistencia, no divididas ni separadas en dos personas, sino uno y el mismo Hijo y Unigénito Dios, el Verbo, el Señor Jesucristo; así como desde los tiempos más remotos, los profetas hablaron de él, y como nuestro Señor Jesucristo mismo nos enseñó, y como el credo de los santos padres nos ha transmitido.

San Ireneo Obispo de Lyon, atestigua la existencia de una Iglesia celta a una edad muy temprana en su carta adversus haereses (contra los herejes):

"La Iglesia, aunque diseminada por todo el mundo hasta los últimos confines, recibió de los Apóstoles y de sus discípulos la fe en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, de los mares y de todo lo que hay en ellos; y en un solo Cristo Jesús, Hijo de Dios, que se encarnó para nuestra salvación, y en el Espíritu Santo, quien proclamó por medio de los profetas la <>, la doble venida, el nacimiento virginal, la pasión y la resurrección de entre los muertos, la ascensión corporal al cielo de nuestro bienamado Señor Jesucristo, y su Parusía desde los cielos en la gloria del Padre para recapitular todas las cosas en sí y resucitar la carne de toda la humanidad. Entonces todas las cosas en el cielo y en la tierra y debajo de ella doblarán su rodilla ante Cristo Jesús, nuestro Señor y Dios, nuestro Salvador y Rey, según la voluntad del Padre invisible, y toda lengua le confesará. Entonces pronunciará un juicio justo sobre todos. A los espíritus de maldad y a los ángeles prevaricadores y apóstatas y asimismo a los hombres impíos, inicuos, blasfemos, los enviará al fuego eterno. En cambio, a los que han guardado sus mandamientos y han permanecido en su amor, ya sea desde el principio de la vida, ya sea desde su conversión, les concederá la vida y el premio de la incorrupción y gloria eterna.

Esta es la doctrina y ésta es la fe de la Iglesia, aunque esparcida por todo el orbe, guarda celosamente, como si estuviera toda reunida en una sola casa, y cree todo esto como sin no tuviera más que una sola mente y un solo corazón; su predicación, su enseñanza, su tradición son conformes a esta fe, como si no tuviera más que una sola boca. Y aunque haya muchas lenguas en el mundo, la fuerza de la tradición es en todas partes la misma. 

Por que las Iglesias establecidas en Germania profesan y enseñan la misma fe y tradición que las iglesias de los iberos, de los celtas, las de Oriente, Egipto, y Libia, y las que están establecidas en el centro del mundo en Palestina. Y así como el sol, criatura de Dios, es el mismo en todo el mundo, así también la luz de la predicación brilla dondequiera de igual manera e ilumina a todos los que desean llegar al conocimiento de la verdad". (Adv. haer. 1,10,1-2)