miércoles, 24 de enero de 2018

PRINCIPIOS INNEGOCIABLES E IRRENUNCIABLES PARA ESTA IGLESIA

Principios Innegociables e Irrenunciables para esta Iglesia:


I.- La Santa Eucaristía como centro de la vida apostólica de la Iglesia.
 El Señor Jesucristo, la noche previa a su Pasión, instituyó y nos mandó Celebrar el Memorial perpetuo de su muerte y resurrección hasta su Parusía. Él, realmente Presente en el Santísimo Sacramento del Altar, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, con su sacrificio supremo de amor en la cruz y por ministerio de los sacerdotes y obispos, se da a nosotros, y se hace alimento espiritual en nuestro peregrinar a la Casa del Padre, para asimilarnos a Él, para hacernos entrar en Comunión con Él y con los demás y así construir el Cuerpo de Cristo en la tierra, la Iglesia militante; unida por la Comunión de los santos con la Iglesia triunfante en el cielo y la Iglesia expectante en el Paraíso. El Sacrificio de la cruz y el Sacrificio del Altar, es uno y el mismo, no otro; es la renovación incruenta de aquél sacrificio cruentísimo de nuestro Señor ofrecido una sola vez por todas al Padre celestial; por la Santa Eucaristía Cristo nos asocia a su ofrenda al Padre, y por medio de ella recibimos los frutos de su Pasión.


II.- La Santidad de la Vida Humana.
Porqué Dios nos la ha dado gratuitamente, la vida humana es sagrada e inviolable, por lo que debe ser protegida de manera absoluta desde el primer instante de su concepción y hasta su muerte natural. Cada cual es responsable de su vida delante de Dios que se la ha dado. Somos administradores y no dueños de la vida que Dios nos ha confiado; Dios es el único dueño por lo que no podemos disponer de ella. Como discípulos de Cristo, debemos cuidar y proteger la vida de aquellos que son los más débiles en la sociedad. El asesinato es un grave pecado que clama a Dios y corresponde a las autoridades el castigo ejemplar de los criminales. El que defiende su vida no es culpable de homicidio, la legítima defensa puede ser no solamente un derecho, sino un deber grave, pues es mayor la obligación que se tiene de velar por la propia vida o la de nuestros seres queridos que por la de otro que nos la quiere arrebatar.

III.- La Santidad de la Familia Cristiana.
La indisoluble Alianza Nupcial, según el Plan de Dios, se da entre un hombre y una mujer, ambos bautizados y libres para contraer matrimonio y que libremente delante de la Comunidad Cristiana expresan su voluntad y consentimiento mediante el mutuo intercambio de los votos sagrados y de otras acciones. Es la voluntad de Dios que la unión de esposo y esposa en corazón, cuerpo y mente sea para gozo mutuo; para la ayuda y el consuelo que cada uno se dé, tanto en la prosperidad como en la adversidad; y, cuando Dios lo disponga, para la procreación de los hijos y su formación en el conocimiento y amor del Señor.
La actividad sexual, como un don de Dios, debe ser practicada únicamente dentro del matrimonio cristiano.

IV.- El Sacerdocio Ministerial, histórico y tradicional, servidores de la Iglesia.
El Orden Sacerdotal, integrado por los Obispos; sucesores de los Apóstoles en el gobierno de la Iglesia; los Presbíteros (sacerdotes), que junto con su obispo participan en el gobierno de la Iglesia, en su obra misionera y pastoral y en la predicación de la Palabra de Dios y la administración de sus santos sacramentos; y los Diáconos, principales colaboradores de los obispos y de los presbíteros en su servicio a la Iglesia y como ministros de la caridad; son la perpetuación del ministerio de Cristo como Sumo Sacerdote, Pastor y Siervo; y confiado por Él a sus apóstoles y de éstos a sus sucesores hasta nuestros días. Ha sido y es la intención de esta Iglesia preservar y continuar estas tres distintas órdenes para el servicio y crecimiento del pueblo de Dios. Esta Iglesia confiere el sacramento del Orden únicamente a varones bautizados, cuyas aptitudes para el ejercicio del ministerio han sido debidamente reconocidas. Los hombres escogidos y reconocidos por la autoridad de la Iglesia como llamados por Dios al ministerio ordenado, son admitidos a estas sagradas órdenes por medio de la oración solemne y la imposición de manos episcopales.

Los Obispos, como herederos de la Sucesión Apostólica, deben mantenerla intacta cuidando de no participar por su cuenta en ceremonias de Ordenación o Confirmación con iglesias que no están en Paz y Comunión con esta Sede Episcopal. Solo el Sínodo General puede aprobar asistir ministerialmente a una iglesia o denominación con el fin de transmitir la gracia del episcopado, una vez establecidos los Acuerdos de Comunión entre ambos cuerpos eclesiásticos.

De la Constitución y Cánones, Artículo III, sección 4.